Protección ante la tormenta
Escrito por Pablo González y Pedro Nonay, tratando de encontrar las actuaciones que podemos tomar para adaptarnos a los cambios del orden mundial.
Nota 6
Las ciudades se tienen que adaptar
31 diciembre 2024
En esta nota quiero hablar de las ciudades, y de su necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos. Por supuesto, eso implica hablar de las viviendas, pero también de otros muchos aspectos de la ciudad.
Como vengo diciendo en notas anteriores, defiendo la idea de que casi todos los cambios que están ocurriendo en el mundo tienen su causa última en la invención de Internet. Y en los muchos derivados de ella que posteriormente se han ido desarrollando.
Internet afecta a todos los aspectos de la vida, la economía y la sociedad. Evidentemente, también a la ciudad.
El sentido de la ciudad. Un poco de historia.
Es sabido que la aparición del concepto “ciudad” fue una consecuencia de la invención de la agricultura. Antes de ese momento, éramos cazadores-recolectores, es decir: nómadas. Los grupos de humanos no tenían una residencia permanente. Se iban cambiando de zona según las estaciones del año, y según las posibilidades de tener buena caza, o buenos frutos que recolectar.
La agricultura les forzó a vivir, constantemente, cerca de los terrenos que sembraban. Así podían hacer las labores que el campo requería sin necesitar grandes desplazamientos. También podían vigilar el campo y evitar robos. Por ello, apareció el concepto “aldea”, las cuales, según su capacidad productiva, evolucionaron a pueblos y a ciudades.
Como curiosidad, se puede observar cómo ese invento tan antiguo de la agricultura mantiene su huella visible en las distancias entre los pueblos incluso hoy en día. En aquel momento, era lógico dormir (establecer la aldea) a una distancia razonable de la tierra que se trabajaba. Esa distancia tenía que ser suficiente para poder hacer el camino de ida (y el de vuelta) desde la aldea a la tierra a labrar en un tiempo suficientemente breve como para que se pudiese trabajar todo el día en la tierra y volver a la aldea a dormir. Como en aquella época no había los medios de transporte de hoy, ese camino lo tenían que hacer andando, o en burro. Es conocido que una persona normal camina a una velocidad de unos cuatro kilómetros por hora. Por tanto, consumir una hora al día en ir a la tierra, y otra en volver, marca un límite aproximado de lo lejos que se podía ir a trabajar a la tierra. Es decir, la tierra tenía que estar a una distancia máxima del pueblo de unos cuatro kilómetros. Lo que nos lleva a que la distancia entre los pueblos sería de algo entre seis y ocho kilómetros.
Es fácil comprobar que hoy día esa sigue siendo la distancia habitual entre los pueblos de las zonas agrícolas. Todo ello dependiendo de la orografía, ya que, en lugares más escarpados se tarda más en hacer el trayecto. En esos lugares los pueblos tienen que estar más cercanos, salvo que se trate de zonas montañosas, o boscosas, o desérticas, es decir, sin agricultura. En esos últimos casos, la distancia habitual entre los pueblos es la de una jornada entera caminando, que es lo que permite dormir en la siguiente aldea.
Alguna de aquellas aldeas (pocas) evolucionaron para ser las primeras ciudades. Eso ocurrió por causa de convertirse en los centros administrativos de la región, que solía depender de dónde vivía el líder regional. Otras (menos aún), evolucionaron a ser capital de los países, lo que igualmente dependía de dónde vivía el rey.
Muy posteriormente, por causa de la revolución industrial, era necesario que los trabajadores durmieran relativamente cerca de la fábrica en la que trabajaban. Eso hizo que las decisiones de implantar fábricas implicaran el aumento de población del lugar. Ocurrió lo mismo, posteriormente, con las decisiones de implantar grandes oficinas. La gente tenía que dormir a menos de una hora de distancia (de media) de su lugar de trabajo. Con los coches actuales, y con la alta densidad de tráfico, eso significa dormir a menos de 50 kilómetros (aproximadamente) de la fábrica u oficina.
Todo lo expuesto generó el concepto “ciudad” que todavía está vigente.
El ser humano es tribal.
Ya éramos tribales en la época nómada. Eso es porque el ser humano no se manejaba bien para cazar en solitario. Era más eficaz hacerlo en grupo. En aquella época se trataba de grupos pequeños. Generalmente, relacionados por parentesco. Ello llevó a crear algo parecido a un condicionante psicológico que obligaba al ser humano a tener buenas relaciones con otros. De igual manera, apareció el concepto inverso, que es el de las malas relaciones, es decir, el enemigo, del cual se prefería vivir lejos.
Aunque la causa de ser tribales sea tan antigua, se ha comprobado que sigue siendo útil hoy en día. Ya no es por mayor rendimiento en la caza. Pero sí hay mayor rendimiento en todos los asuntos. Incluso en la evolución científica o artística. Es un hecho que las cosas avanzan mejor si hay varias personas dedicadas al mismo asunto conviviendo y compartiendo conocimientos.
Se puede decir que lo de ser tribal no es trivial, lo que me parece un juego de palabras interesante.
Internet lo cambia todo.
Resulta que hoy, con Internet, el porcentaje de personas que trabajan en agricultura y en las fábricas, es cada vez menor. Y los que trabajan en oficinas pueden hacerlo, cada vez más, sin acudir diariamente a las mismas (teletrabajo).
Esto, en primera aproximación, nos puede hacer pensar que ya no es necesario convivir en la misma ciudad. Es lo de los nómadas digitales.
Sin embargo, y por lo que he dicho arriba de ser “tribales”, es un hecho que mejora la producción de casi todo si hay interacción entre los participantes. Y no basta con que esa interacción se limite a la capacidad de comunicación (por email, o con reuniones virtuales). Es bueno que se trate también de interacción más directa e íntima. Es decir, hay que socializar. Todo el mundo puede recordar cómo le han surgido buenas ideas en conversaciones informales, normalmente compartiendo ratos de ocio con colegas. Y eso no funciona en las reuniones virtuales.
Además, eso de ser “tribales” ha entrado en nuestro ADN cultural. Lo llevamos también al ocio. A la mayoría de la gente (hay excepciones) les gusta compartir su ocio con otros.
Es decir, sigue siendo necesario vivir cerca de esos “otros”. Por tanto, sigue siendo necesario el concepto “ciudad”. Eso sí, con grandes cambios.
Ahora deciden los individuos.
Como he dicho, antes la gente tenía que vivir cerca de la agricultura, las fábricas, o las oficinas. Y la decisión de dónde estaban éstas no era de las personas normales, sino de los políticos o los empresarios.
Ahora, tras Internet, la gente puede teletrabajar cada vez más. Algún día tiene que ir al lugar común que sea (tal vez a la oficina), pero como son pocos días, y como hay buenos medios de transporte, esos pocos días se pueden permitir consumir más horas en el transporte. Es decir, pueden vivir más lejos de ese lugar común.
Sin embargo, la gente sigue queriendo socializar con sus homólogos. Por ello, la decisión de dónde quieren vivir ya no depende del lugar de ubicación de la oficina, sino del lugar donde viven aquellos con los que quieren socializar, así como del lugar más cercano a sus aficiones (montaña, mar, o lo que sea).
Es decir, la decisión de dónde vivir ya no va a ser consecuencia de los actos de los políticos o los empresarios, sino de los gustos de las personas individuales. Esto es algo que está en proceso, pero va a ir a más con el tiempo. Un ejemplo de esto se ve en cómo, en casi todas las ciudades, está apareciendo el fenómeno que llaman gentrificación. Se crea el barrio gay, el chino, el turista, … Y los habitantes se mudan a vivir allí, no por la cercanía a su trabajo, sino por la cercanía a la gente con la quieren socializar.
Ahora, el futuro de la ciudad depende de que les guste a los habitantes lo que ella ofrece. Esa es la gran novedad.
La ciudad tiene que hacer “marketing”.
Por causa de lo dicho arriba, antes eran los políticos y los empresarios los que tomaban la decisión de invertir. Así creaban puestos de trabajo, que obligaban a los ciudadanos a cambiar su residencia para vivir cerca de ese lugar.
Ahora los ciudadanos son cada vez más libres de vivir donde les apetezca. Eso ocurrirá gradualmente, dependiendo de profesiones, edades, y gustos. Desde luego, como siempre, los más jóvenes son los que más fácilmente tendrán el valor para cambiar su lugar de vida.
Por lo anterior, la capacidad de los políticos para atraer nuevos ciudadanos, y para evitar que los existentes se vayan, ha cambiado completamente. Ahora deben centrarse en que su ciudad sea atractiva para los habitantes (antes también querían atraer, pero era a las empresas). Deben centrar sus esfuerzos en crear en la ciudad el ambiente que esos grupos sociales desean. Y, como una ciudad relativamente grande no puede ser “monotema”, deben elegir varios grupos sociales (lo que llaman tribus urbanas) a los que incentivar. Además, como ya he dicho que la gente quiere socializar entre homólogos, eso se soluciona fomentando distintos ambientes en distintos barrios. De nuevo, es lo de la gentrificación.
Por ello, lo que los políticos deben hacer ahora es: “marketing de su ciudad”. Deben vender la ciudad a la gente, para que decida ir a vivir allí. Además, por supuesto, deben conseguir que existan en la ciudad las “cosas” (infraestructuras, ambiente, oferta de ocio, …) que esas tribus urbanas deseadas requieran.
Es decir, antes los políticos debían atraer inversiones para construir fábricas, oficinas, y puestos de trabajo. Ahora tienen que venderse ante los habitantes, el público en general. O, dicho de otra forma, antes funcionaban como un lobby de poder, ahora tienen que hacerlo más como una empresa, generando imagen de marca (y producto). Habrá competencia entre las ciudades. Unas conseguirán atraer a los habitantes, y otras no (es como en el caso de las empresas).
Por ese motivo, es esencial crear los espacios de convivencia de los habitantes. Tienen que ser los que le gusten a la tribu social elegida como deseada. Pueden ser de ocio nocturno, de creatividad cultural, de oferta de servicios para los nómadas digitales, de confort para determinadas razas o religiones, de gustos sexuales, … Y eso significa cambiar los sistemas de licencias y de usos permitidos.
Para todo ello, es imprescindible olvidar cuanto antes lo que se ha venido llamando “urbanismo de manchas”. Eran los “planos de ordenación”, donde se ponían distintos colores a las zonas de la ciudad según eran destinadas a viviendas, fábricas, oficinas, … Como mucho, en esos planos de colores futuros, se puede destinar cada color a la tribu social para la que se fomenta cada barrio.
También hay que aceptar que, tras Internet, el uso de cada metro cuadrado construido es variable en el tiempo (incluso de forma horaria). O, ¿hay que prohibir trabajar en casa porque la zona residencial no permite el uso de oficinas?
Todo esto de lo que hablo ya lo desarrollé en la nota 9 del libro que llamé “Pensando 2020”, que escribí durante la pandemia. Lo releo ahora y me alegro de no tener que retractarme de casi nada. Las tendencias se confirman. Se puede leer esa nota aquí (la parte de la nota que habla del inmobiliario está en el punto 21).
Les recomiendo a los políticos pensar muy seriamente en estas cosas si quieren que su ciudad funcione bien en el futuro. Las alternativas son las de las imágenes de abajo.
El tamaño de la ciudad.
Antes, el tamaño de una ciudad era una consecuencia de los puestos de trabajo que ofrecía. Ahora es una consecuencia de la calidad de vida y de los servicios que ofrece a sus habitantes (que pueden vivir allí, pero trabajar a distancia en cualquier lugar).
Simplificando mucho, hay dos tamaños óptimos de ciudades que van a funcionar bien en el futuro. Son las de aproximadamente 500.000 habitantes, y las de 10 millones (por supuesto, son números aproximados).
La explicación de esos tamaños es por causa de los servicios que pueden ofrecer. Y, ya he dicho que el habitante ahora será menos fiel, y cambiará de ciudad si no tiene los servicios adecuados.
Una ciudad de 500.000 habitantes ofrece calidad de vida en cuanto a tranquilidad. Permite poder hacer casi todo caminando. También tiene el tamaño adecuado para ofrecer servicios completos. Es decir, permite tener un hospital capaz de hacer trasplantes de corazón (que una ciudad pequeña no podría), o un colegio chino, o … Lo único que no puede ofrecer esa ciudad es la “hiperconexión” con el resto del mundo, o con las evoluciones científicas, técnicas, o artísticas. Quiero decir que esa ciudad no puede tener el gran aeropuerto con varios vuelos diarios a todos los destinos del mundo (necesitarán hacer transbordo en otro aeropuerto, que es asumible si se vuela poco, y no tanto si se vuela mucho), ni la posibilidad de hacer tertulias todas las tardes con varios premios nobel, o con varios creativos del arte, … Pero son muchas las personas que no necesitan eso para la vida que les gusta vivir, y prefieren la tranquilidad con los servicios completos.
La ciudad de 10 millones de habitantes sí ofrece la “hiperconexión” de la que he hablado arriba. Lo hace a costa de perder tranquilidad. Pero son muchas las personas que tienen que volar muy habitualmente, o que quieren, por sus gustos personales, estar cerca de las vanguardias sociales de su interés concreto. Además, para aportar a la gente el “sentido de comunidad”, esa ciudad grande puede ofrecer los barrios gentrificados de los que he hablado arriba.
Es importante darse cuenta de que esas ciudades de 10 millones no suelen ser un solo municipio, sino lo que se denomina área metropolitana, que es la agrupación urbana (sin agricultura entre ellos) de varios municipios colindantes. Eso obliga a tener mucha coordinación entre esos municipios, aunque cada uno de ellos ofrezca un estilo de vida diferenciado.
También hay que darse cuenta de que las ciudades de tamaño intermedio están abocadas al fracaso. Eso es porque no podrán ofrecer la tranquilidad de las ciudades de 500.000 habitantes, ni la “hiperconexión” de las de 10 millones. Y los habitantes se irán a donde reciban lo que buscan. Es decir, si se está en esos tamaños intermedios, conviene apostar por llegar a los 10 millones, y adaptar el municipio en cuestión a los gustos de sus habitantes (presentes o futuros).
Por supuesto, siempre hay excepciones, como puede ser el caso de Ginebra que, siendo pequeña, sí ofrece la “hiperconexión”. Pero son eso: excepciones. En el caso de Ginebra, por haberse centrado en que la mayoría de sus habitantes sean de la clase alta mundial, lo que no es muy replicable.
Adicionalmente a lo dicho, está el caso de los pequeños pueblos. Allí se ofrece mayor tranquilidad aún. Y, con el teletrabajo, se puede hacer casi todo desde allí. Pero esa opción sólo es válida para gente no demasiado mayor y con pocas necesidades sociales. Es decir, si tienen hijos, allí no podrán encontrar el colegio que desean, o si tienen problemas médicos, el hospital estará lejos, … Se trata de una opción para bohemios sin cargas, que es un tipo de gente que existe, pero que no son mayoritarios.
La decadencia de la ciudad no adaptada.
Entrarán en decadencia las ciudades que no adapten su oferta a lo arriba expuesto.
Esa decadencia se observará porque los negocios irán cerrando. También las actividades de ocio. Habrá cada vez más edificios abandonados. Progresivamente, llegarán a vivir allí más grupos marginales. Se incrementará la inseguridad en las calles, …
Por lo anterior, unos ciudadanos decidirán mudarse a otro lugar. Algunos lo harán porque la ciudad ya no les ofrece las oportunidades de vida y de relaciones que buscan. Otros, porque tendrán miedo a la inseguridad. Los que se queden, vivirán cada vez más incómodos, desubicados, y recluidos en sus casas (nada agradable).
Ese proceso es una espiral retroalimentada. Cuanta más gente “normal” se vaya, más negocios cerrarán, y más gente “complicada” llegará.
Además, con la falta de población, los ayuntamientos cobrarán menos impuestos. Así que no podrán ofrecer bien los servicios de recogida de basuras, mantenimiento de las calles, los polideportivos, iluminación, seguridad, … Con todo ello se fomentará mayor éxodo de habitantes.
Las viviendas. Versatilidad necesaria.
Se habla mucho del problema de la vivienda. Ocurre en gran parte del mundo. Las críticas se centran en dos aspectos muy relacionados entre sí: a) la falta de viviendas, y b) la no asequibilidad de sus precios.
Ambas críticas son ciertas. Pero casi nadie habla de otros factores muy importantes.
Por una parte, por la misma causa de todos los cambios, que es el cambio social que implica la existencia de Internet, es un hecho que la forma de alojarse está cambiando.
Las familias son más difusas. Los jóvenes comparten más viviendas. Lo hacen por espacios breves de tiempo. No es solamente porque no se puedan pagar su vivienda propia (en compra o en alquiler). También es porque quieren socializar con alguien, y porque su proyecto vital es estar poco tiempo allí. Y, las viviendas existentes ofrecen mal lo que ellos demandan. No tienen los espacios que necesitan. Los dormitorios son pequeños para teletrabajar. El teórico “dormitorio de los padres” es más grande, lo que hace difícil el reparto de habitaciones entre iguales. Ocurre lo mismo con los cuartos de baño, …
Algo parecido ocurre con la gente que vive sola. Hay muy pocas viviendas diseñadas para esas personas, que necesitan menos tamaño, y que les preocupa menos el tener tabiques que diferencien habitaciones (porque nadie les va a molestar). Y ese grupo de gente está creciendo, viéndose obligado a vivir en una vivienda mayor de la que necesita.
Tampoco el parque de viviendas existente resuelve bien el problema de las personas mayores, que necesitan un poco de atención, ni el de los nómadas digitales, ni el de los que tienen que pasar en la ciudad unos pocos meses por su actividad (no hay alquileres de ese tipo), …
Por otra parte, todo el sistema existente estaba diseñado para que la vivienda fuera una forma de “atar” al habitante a su ciudad: la hipoteca a 40 años; la dificultad de cambio (por costes de impuestos); los contratos de alquiler de largo plazo, con fuertes avales y penalizaciones. Y, hoy, el habitante quiere ser más libre.
En la sociedad actual, la demanda pide mucha mayor agilidad y versatilidad. Buscan poder estar de alquiler pocos meses, sin penalizaciones ni avales, y poder cambiarse con facilidad si cambia su trabajo, sus gustos, o sus amistades. Y eso es algo que los propietarios pueden aceptar, siempre que la ley se lo permita, y siempre que puedan evitar problemas de okupas, o dificultades en desahucios.
Es decir, ni el tipo de viviendas existentes, ni el tipo de contratos existentes están adaptados a las nuevas necesidades. Eso es un problema político. Si las empresas quieren adaptarse a la demanda, pero la ley no les permite ofrecer lo que el público quiere, aparecen las tensiones.
Es necesario construir otros tipos de vivienda. Y sólo se puede hacer si la ley lo permite.
También se debe permitir la versatilidad del uso de los metros cuadrados. El ejemplo es que (siempre por causa de Internet), si cada vez hay más oficinas vacías, o infrautilizadas (por el teletrabajo), y cada vez hay más locales comerciales vacíos (por la compra por Internet), es estúpido quejarse de que faltan viviendas cuando no se permite convertir esos metros cuadrados vacíos en viviendas (de las nuevas necesidades, no de las antiguas).
Desde luego, la falta de viviendas se arregla permitiendo la construcción de las nuevas. Mucho mejor si la ley permite que esas nuevas viviendas estén adaptadas a las necesidades actuales (no a las modas antiguas).
Y la asequibilidad es una cuestión de oferta y demanda. Mientras haya pocas viviendas, su precio subirá. Cuando haya muchas, la oferta tendrá que adaptarse.
Conclusiones.
Tras lo expuesto, mis consejos a los responsables de la ciudad son:
- Es básico entender que ahora deciden los ciudadanos. No sólo con su voto. Ahora pueden elegir irse de la ciudad o venir a ella (antes estaban “atados” a ella).
- Es necesario crear “marca ciudad”.
- Hay que construir más viviendas, y ambientes al gusto de los futuros habitantes.
- Es necesaria la colaboración público-privada.
- Los nuevos diseños de la ciudad deben estar adaptados a las nuevas necesidades.
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Consejos para nuestra adaptación.
Como vengo diciendo en notas anteriores, no escribo esto porque me considere ningún poseedor de la verdad, ni para convencer a nadie. Lo hago en mi proceso interno de crearme mi opinión, para luego tomar mis decisiones de futuro.
Por ello, no creo que sea honesto no compartir mis conclusiones. Es lo que hago a continuación, pero recuerdo que pueden ser equivocadas.
Respecto al asunto de las ciudades, lo que creo es que nos toca decidir si el lugar en el que vivimos hoy nos ofrece lo que queremos (para mañana):
- ¿Está cerca de mis aficiones (mar, montaña, …)? O bien comunicado, al menos.
- ¿Lo está del grupo de gente con el que quiero socializar?
- ¿Me ofrece el barrio con la personalidad que me gusta?
También tenemos que pensar si nuestra actividad nos permite cambiar de lugar, o si lo hará pronto.
Tenemos que observar la dirección hacia la que apuntan los cambios futuros en nuestra ciudad. ¿Irá a la decadencia? Si vemos cada vez más locales vacíos, más delincuencia, y menos servicios urbanos, lo probable es que sí.
Por la misma razón, si pensamos en un cambio de ciudad, tenemos que analizar la nueva ciudad con los mismos ojos. No hay que hacerlo con la idea que tenemos de cómo era ese lugar en el pasado, sino con los de lo que parece que va a ocurrir allí en el futuro.
Igualmente, tenemos que pensar si nuestras necesidades del futuro encajan mejor con lo que he dicho de la ciudad de 10 millones de habitantes, la de 500.000, o el pueblo.
Todo lo anterior lo tenemos que hacer recordando lo que vengo diciendo en escritos anteriores sobre que lo más probable es que pronto venga la “tormenta de cambios sociales y económicos”. Es decir, tenemos que pensar en qué lugar viviremos más a gusto durante esa tormenta.
Tras ese análisis, decidiremos nuestra ciudad de residencia como lo haríamos en la contratación de cualquier servicio.
A fin de cuentas, y como he dicho que la ciudad debe funcionar más como una empresa y ofrecernos un producto adecuado, nuestra decisión debe ser del tipo de “decisión de cliente”. Si no nos gusta esa empresa, nos iremos a otra.
Por idénticas razones, los políticos tienen que actuar como empresa. Tienen que mejorar su producto y servicio para atraer más clientes. Lo de tener los clientes cautivos por monopolio, se ha acabado. Eso funcionaba cuando la gente no se podía ir, por estar atada al lugar (bien por su trabajo, o por su hipoteca), pero ya no es así.
También deben pensar en estas cosas las empresas. Si piensan que sus clientes se van a ir de allí, ellas también deben pensar en irse. Si sus trabajadores de necesaria presencia física van a estar incómodos en esa ciudad, deben plantearse el irse, porque los buenos trabajadores encontraran otras ofertas en lugares que les gusten más. Por ello, es muy necesaria la colaboración entre políticos y empresas para ofrecer un modelo de ciudad al gusto de los habitantes (los presentes y los futuros).
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Como siempre, agradezco comentarios en mi email: pgonzalez@ie3.org